Poeta, escritor, periodista
Nació en Cerrillos, el 14 de agosto de 1918 y murió en
la ciudad de Salta el 19 de julio de 1980.
La sola mención del
poeta Manuel José Castilla implica
el reconocimiento de la valoración sustancial de la poesía como forma de volver
a la tierra en todo el esplendor de su dignidad. Es en Castilla donde la poesía argentina toma dimensiones excelsas respecto
de su pertenencia, de sus afectos: es la tierra por la que el poeta convierte
su obra en un canto, siempre presente, siempre eterno.
Es, precisamente, el
propio Castilla que dice “Esta tierra es hermosa./Déjenme que la
alabe desbordado...”
Considerado el mayor poeta de Salta y una de las voces
más representativas del cancionero latinoamericano, Castilla es el símbolo, sin
dudas, de la estirpe aquella del canto fortalecido en una verdadera actitud
creadora. El canto de Latinoamérica tuvo en él su más prodigioso hijo: No te puedo olvidar y La atardecida,
con Eduardo
Falú, Zamba del sauce solo,
con Rolando
Valladares y las inolvidables canciones que construyó con Gustavo
“Cuchi” Leguizamón (Zamba de
Balderrama, Zamba del panadero, Zamba soltera, Carnavalito del duende, Zamba de
Lozano, Zamba del pañuelo, La pomeña, La enojosa) fueron hitos
fundamentales de la música popular argentina en la que se apoyaron todos los
grandes intérpretes para sustentar su propia voz.
Castilla refundó la poesía argentina con obras como
Agua de lluvia, Luna muerta, Copajira,
La tierra de uno, y Cantos del gozante, entre otros libros y en prosa
publicó De solo estar.
El ensayista y
escritor Aldo Parfeniuk, en su libro
“Manuel J. Castilla – Desde la aldea americana”, supo decir del poeta
salteño: “Como un anticipador de los
tiempos (en rigor, todo poeta es un delicadísimo sensor de lo por venir)
innegablemente el poeta salteño recuperó para el espíritu cuanto depara aún al
hombre una justa convivencia, una amorosa impenetración de la que su
experiencia es un acabado testimonio, que permita el reconocimiento de una
identidad y de una pertenencia (que él es un animal más de un vasto reino) ante
cuyo olvido debe pagar altos precios. Bueno será recordar, sin embargo, que
ello sólo será posible en tanto tal hombre que se proponga negarlo todo, haya
tenido antes la experiencia (...) de serlo todo”.
De
La niebla y el árbol (fragmento)
Tú buscabas la
tierra,
pero una tierra
negra y desolada
y brutal y
confiada.
Tú buscabas el
hombre de esta tierra
con una amplia
canción en la garganta.
La canción es del
aire,
pero en el aire
vuelan pájaros de hojas secas.
La canción es del
aire y en el aire
ruedan los
remolinos de la tierra.
Porque sabías de
las aguas turbias
y de olvidadas
tardes de ladrillo,
la tierra te
llevaba a sus riberas
porque vieras la
sangre desbordada
de sus ríos
crecidos.
Pero la tierra se
prolonga en la tarde
como es
prolongación tu voz que cae a veces
más hermosa que la
tarde, en la tierra.
Tú buscabas el agua
sin saber que tus
ojos
recién habían
salido de las aguas;
tú buscabas el
viento
cuando el viento
nacía en tu cabello,
tú buscabas el
árbol y soltabas
pájaros para los
árboles.
(...)
Si te hubieras
quedado,
tal vez no te
encontrara
para cantarte en
medio de tantas hojas secas.
Tú buscabas la
tierra.
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