lunes, 9 de julio de 2012

La maravilla de un genio

Músico, compositor, bandoneonista


Nació en Campo Santo (provincia de Salta) el 20 de mayo de 1935.

Dino Saluzzi es el genio del inmenso territorio de la música. Carga una historia de música, necesaria para sí mismo. Él niega haber elegido el bandoneón. Es que, quizás, el bandoneón debía estar simplemente con él desde que padre, Cayetano Saluzzi, se lo colocó entre las manos cuando era aún muy niño.

“Mi encuentro con el bandoneón –explica Dino- permanecerá como un momento crucial por muchas razones. La más importante es, tal vez, el haber querido restablecer aquello que era despreciado o tenido por insignificante: he aquí un instrumento que posee todo y que exige una relación creativa constante. Cuando yo comencé a tocarlo, estaba relegado al olvido en la periferia de la cultura oficial. Yo, por mi parte, no tomé conciencia de ello hasta mucho más tarde. Sin embargo, aquel encuentro en ese preciso momento no tuvo en sí ningún significado especial. No lo había planeado. Tampoco lo elegí”.
Su música, rememora espacios y tiempos que él vivió y que recuerda como lo ido antes del diluvio: a pesar de las tristezas del ingenio azucarero en cuyas cercanías se sufría más que la respiración, Dino imaginaba, quizás, un brillo que el bandoneón dibujaría hasta estirarse eternamente en ese sonido que lo cubría todo.

Y eran sus primeras grabaciones con esas recordadas canciones que él transformó en presencias ineludibles en sus distintas versiones: Zamba de Lozano, Nostalgias Santiagueñas, Viaje a Argüello, La Marrupeña.

Saluzzi es un fundador de música. Y a cada uno le dio un trecho de su territorio. Componiendo, tocando, arreglando. El mundo musical era siempre la puerta que él brindaba a los demás. Después, se fue nomás con sus hermanos Celso y Félix y su hijo José. Era el grupo, la familia Saluzzi. Era la música total. Inclusive con aquellos grandes como Al Di Meola o John McLaughlin. Era el jazz y el folklore argentino.

Y los conciertos en Holanda, Alemania y Canadá, con las grandes orquestas y los inigualables festivales. En todos brillaban los Saluzzi. En todos, el bandoneón de Dino era el tótem auspicioso de la música.

Este genio, este Dino, este “Negro” Saluzzi, está en la plenitud de su estirpe. Nace en cada  creación y vuelve a Bermejo y prosigue en Cité de la Musique, pasando por Kultrum y Vivencias. O por aquella conmovedora versión de “Vidala para mi Sombra”, donde la voz del “Negro” se quiebra y se hace una en la armonía de su bandoneón que le da ese aire de sagrada grandeza a los versos y la música de Julio Espinosa.

A veces, Dino recibió la injusta indiferencia de la cultura oficial. O los cuestionamientos vanidosos de los necios, pero Dino sigue con su música sin que nadie sepa cómo ni cuando, su bandoneón volverá a florearse por el mundo con la maravilla de su genio.

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