Nació en Campo Santo
(provincia de Salta) el 20 de mayo de 1935.
Dino Saluzzi es el
genio del inmenso territorio de la música. Carga una historia de música,
necesaria para sí mismo. Él niega haber elegido el bandoneón. Es que, quizás,
el bandoneón debía estar simplemente con él desde que padre, Cayetano Saluzzi, se lo colocó entre
las manos cuando era aún muy niño.
“Mi encuentro con el bandoneón –explica Dino- permanecerá
como un momento crucial por muchas razones. La más importante es, tal vez, el
haber querido restablecer aquello que era despreciado o tenido por
insignificante: he aquí un instrumento
que posee todo y que exige una relación creativa constante. Cuando yo comencé a
tocarlo, estaba relegado al olvido en la periferia de la cultura oficial.
Yo, por mi parte, no tomé conciencia de ello hasta mucho más tarde. Sin
embargo, aquel encuentro en ese preciso momento no tuvo en sí ningún
significado especial. No lo había planeado. Tampoco lo elegí”.
Su música, rememora espacios y tiempos que él vivió y que
recuerda como lo ido antes del diluvio: a pesar de las tristezas del ingenio
azucarero en cuyas cercanías se sufría más que la respiración, Dino imaginaba,
quizás, un brillo que el bandoneón dibujaría hasta estirarse eternamente en ese
sonido que lo cubría todo.
Y eran sus primeras grabaciones con esas recordadas
canciones que él transformó en presencias ineludibles en sus distintas
versiones: Zamba de Lozano, Nostalgias Santiagueñas, Viaje a Argüello, La Marrupeña.
Saluzzi es un fundador de música. Y a cada uno le dio un
trecho de su territorio. Componiendo, tocando, arreglando. El mundo musical era
siempre la puerta que él brindaba a los demás. Después, se fue nomás con sus hermanos Celso y Félix y su hijo José.
Era el grupo, la familia Saluzzi. Era la música total. Inclusive con aquellos
grandes como Al Di Meola o John McLaughlin. Era el jazz y el folklore
argentino.
Y los conciertos en Holanda, Alemania y Canadá, con las
grandes orquestas y los inigualables festivales. En todos brillaban los
Saluzzi. En todos, el bandoneón de Dino
era el tótem auspicioso de la música.
Este genio, este Dino, este “Negro” Saluzzi, está en la
plenitud de su estirpe. Nace en cada
creación y vuelve a Bermejo y prosigue en Cité
de la Musique ,
pasando por Kultrum y Vivencias. O por aquella conmovedora versión de “Vidala
para mi Sombra”, donde la voz del “Negro” se quiebra y se hace una en
la armonía de su bandoneón que le da ese aire de sagrada grandeza a los versos y la música de Julio Espinosa.
A veces, Dino recibió la injusta indiferencia de la cultura
oficial. O los cuestionamientos vanidosos de los necios, pero Dino sigue con su música sin que nadie sepa
cómo ni cuando, su bandoneón volverá a florearse por el mundo con la maravilla
de su genio.
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